Mis abuelos paternos nacieron en un pueblo del desierto en Coahuila :
Matamoros. Un lugar del que siempre me hablaron y que quedó impregnado
en mi imaginación por tantas anécdotas chistosas, tremendas y a veces
fantásticas que les sucedieron ahí. Conocí el lugar ya en la
adolescencia, y de tanto oir hablar de él siempre me he reivindicado
como norteño, al menos en parte.
Mi abuela venía de una familia
notable de un rancho cercano, San Pedro de las Colonias (hija del
maestro de la escuela), y mi abuelo, de una familia modesta y numerosa
pero trabajadora. Fue el único de entre sus hermanos que terminó la
primaria, y quiso seguir estudiando.
Tuvo que irse para siempre
de su pueblo para poder hacerlo, y acabó en la Ciudad de México, en la
casa del hermano de su madre, con el General del ejército regular
Espiridión Rodríguez, el cual pasó de cuatrero analfabeta a General
cuando la División del Norte pasó por Coahuila. Después de la Revolución
fué absorbido por el ejército regular y viendo la inteligencia y tesón
de su sobrino recién llegado del Lejano Oeste logró colocarlo primero en
la tropa, y gracias a su buen desempeño y por méritos propios en la
Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea.
Y es así que a los 24
años mi abuelo se encontró en el frente de guerra del Pacífico, con la
Fuerza Aérea Expedicionaria Mexicana. Este hecho NUNCA lo definió como
persona aunque sí que lo definió en mi imaginación de niño. Mi abuelo
era mi HEROE.
Al terminar la guerra, dejó atrás los aviones y
los honores de veterano. Se olvidó del uniforme y la milicia y vivió una
vida simple como ingeniero en Teléfonos de México hasta su jubilación.
Nunca habló de la guerra (como me parece que hacen todos aquellos que
tuvieron la desgracia de vivirla) mas que para disuadirme de
involucrarme en la vida militar.
Fue un abuelo ejemplar. Nadie llenó de felicidad, imaginación y bondad (y fútbol) mi infancia como mis abuelos. Como él.
Siempre vivió en la austeridad más contundente, consecuencia sin duda
de sus orígenes humildes y su instrucción militar. Siempre vivió con
mucho menos de lo que necesitaba, y aunque sus hijos pudieron
reprocharle su frugalidad extrema, la generosidad hacia sus nietas y
hacia mí fue siempre desbordada e incondicional. Fue siempre un
optimista, un observador agudo y crítico implacable de los gobiernos
mexicanos que vió a través de su larga vida.
Lúcido hasta el
final, la última vez que estuve con él hace una semana se despidió de mí
prometiéndome que estaría de pié y con más fuerzas « para la otra que
vengas ». Yo sólo pude tener sus manos entre las mías, diciéndole que
así sería mientras el corazón se me salía por la garganta.
Este
hombre excepcional que fué mi abuelo lo acabo de perder, y yo necesito
escribir esto para intentar ahorrarme semanas y meses perdido en la
nostalgia de su recuerdo y en la culpa que siento por vivir tan lejos y
no poder ni siquiera acompañarlo a su tumba.
Abuelito, te amo,
gracias por tu amor, tu ejemplo, tus anécdotas, tu vida, tu risa, tu
voz, tu calor, tu cariño, tu presencia. Te recordaré hasta mi último
respiro. Le hablaré de tí a mis hijos y a mis nietos y haré lo que
siempre hiciste : ¡vivir vivir VIVIR ! Y sentir, y maravillarme de las
cosas que veo y escucho, y tratar siempre de abordar el día con
optimismo.
Quiero que exista otra vida sólo para volverte a ver.
8 nov. 1919 – 4 feb. 2016
viernes, febrero 05, 2016
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